Yo empecé cargando contenedores en Irmayor. A sol y lluvia. Nunca pensé que algún día estaría hablando de estrategias empresariales frente a miles de personas, ni que mis ideas formarían parte de los planes de los grupos económicos más poderosos del país. Pero así fue.

¿El secreto? Aprendí a administrar pobreza antes de tener riqueza. Porque, contrario a lo que muchos creen, no es saber manejar el dinero lo que te hace rico. Es saber manejar la escasez.
Mientras otros pedían tarjetas de crédito y vivían del “mínimo a pagar”, yo anotaba cada peso que gastaba. Todos los días me ponía $600 en el bolsillo. En la noche contaba cuánto quedaba. Eso me decía si estaba gastando bien… o mal. Ese hábito, micro y repetido, me hizo millonario sin parecerlo. Aprendí a valorar más el centavo que el millón. A ganar intereses antes que lujos.
En este país hay dos tipos de ricos: los de siempre y los “microondas”. Los primeros piensan a tres generaciones. Los segundos piensan en la foto de Instagram. Los viejos ricos, como Pepín Corripio, no compraban muebles nuevos si los de segunda cumplían el mismo propósito. Su hijo no tuvo carro hasta que supo ganárselo. Y su nieto no tuvo sueldo si no sabía registrar en un sobre en qué gastaba el dinero. Esos son principios, no ostentaciones.
La gente cree que el dinero cambia a las personas. No. El dinero sólo revela quiénes son. Por eso los verdaderamente ricos administran la escasez con la misma elegancia que la abundancia. No porque sean tacaños. Sino porque entienden que un peso que entra es poco, y un centavo que sale es mucho.
El 80% de los dominicanos son serios y manejan sólo el 20% del dinero. El otro 20%, los que dominan los grandes capitales, muchas veces no son los más sabios… sólo los más conectados. Mi libro no es para ellos. Es para el que quiere aprender a sembrar una semilla de disciplina diaria y verla convertirse en un imperio.
No te dejes engañar por los “coaches” de Instagram ni por los empresarios que heredaron villas sin haber barrido una oficina. El verdadero secreto no está en cuánto ganas, sino en cómo piensas. Los ricos de verdad invierten primero y disfrutan después. Los otros, disfrutan hoy… y se endeudan mañana.
Yo me convertí en socio de empresas que quebraron y las levanté. Lo hice porque aprendí desde pequeño que un negocio no se salva con más dinero, sino con mejores decisiones. Y eso se entrena.
Así que si estás leyendo esto, no esperes a tener un millón para actuar como millonario. Empieza hoy, administrando el peso que tienes. Sé que puedes. Porque yo salí de abajo. Y tú también puedes hacerlo.